Hay algo básico, quizás el
punto de partida en el aprendizaje y desarrollo de nuestras
relaciones interpersonales que se hace muy patente sobre todo en la pareja.
Como dice bucay en “el camino del encuentro” cuando alguien te quiere, sus acciones
dejan ver claramente cuanto le importas. En esto no hay ningún género de dudas,
aunque a veces nuestra mente, acostumbrada a buscar y encontrar razones para
aquello que queremos justificar, construya su falsa “realidad”.
Cuando alguien te quiere, o cuando
uno quiere, todo es muy sencillo, sobre todo muy sentido. Me querrá quien yo
quiero o quizás no, será como yo quiero o no, será adecuado o no, lo que no
ofrece dudas es que se siente claramente. A no ser que exista alguna
imposibilidad, las personas sentimos en nuestro “corazón” quién nos quiere y a
quien queremos
Hay maneras de querer, cada uno
tiene la capacidad de querer que haya construido y, con el paso de la vida y las
experiencias, la forma de querer que ha desarrollado. Todo esto tiene además mucho
que ver con cómo nos han querido y sobre todo con cómo y cuanto nos queremos a
nosotros mismos.
Cuando alguien te
quiere, lo que hace es ocupar una parte de su vida, de su tiempo y de su
atención en vos.
Cuentan que una noche,
cuando en la casa todos dormían, el pequeño Ernesto de 5 años se levantó de su
cama y fue al cuarto de sus padres. Se paró junto a la cama del lado de su papá
y tirando de las cobijas lo despertó.
- ¿Cuánto ganas, papá?
– le preguntó
- Ehhh... ¿cómo? –
preguntó el padre entre sueños.
- Que cuánto ganas en
el trabajo.
- Hijo, son las doce de
la noche, andate a dormir.
- Si papi, ya me voy,
pero vos ¿cuánto ganás en el trabajo?
El padre se incorporó
en la cama y en grito ahogado le ordenó:
- ¡Te vas a la cama
inmediatamente, esos no son temas para que vos pregunte! ¡¡y menos a la
medianoche!! – y extendió su dedo señalando la puerta.
Ernesto bajó la cabeza
y se fue a su cuarto.
A la mañana siguiente
el padre pensó que había sido demasiado severo con Ernesto y que su curiosidad
no merecía tanto reproche. En un intento de reparar, en la cena el padre
decidió contestarle al hijo.
- Respecto de la
pregunta de anoche, Ernesto, yo tengo un sueldo de 2.800 pesos pero con los
descuentos me quedan unos 2.200.
- ¡Uhh!... cuánto que ganás,
papi – contestó Ernesto.
- No tanto hijo, hay
muchos gastos.
- Ahh... y trabajás
muchas horas.
- Si
hijo, muchas horas.
- ¿Cuántas papi?
- Todo el día, hijo,
todo el día.
- Ahh – asintió el
chico, y siguió – entonces vos tenés mucha plata ¿no?.
- Basta de preguntas,
sos muy chiquito para estar hablando de plata.
Un silencio invadió la
sala y callados todos se fueron a dormir.
Esa noche, una nueva
visita de Ernesto interrumpió el sueño de sus padres. Esta vez traía un papel
con números garabateados en la mano.
- Papi ¿vos me podés
prestar cinco pesos?
- Ernesto... ¡¡son las
dos de la mañana!! – se quejó el papá.
- Si pero ¿me podés...
El padre no le permitió
terminar la frase.
- Así que este era el
tema por el cual estás preguntando tanto de la plata, mocoso impertinente.
Andate inmediatamente a la cama antes de que te agarre con la pantufla... Fuera
de aquí... A su cama. Vamos.
Una vez más, esta
vuelta puchereando, Ernesto arrastró los pies hacia la puerta.
Media hora después,
quizás por la conciencia del exceso, quizás por la mediación de la madre o
simplemente porque la culpa no lo dejaba dormir, el padre fue al cuarto de su
hijo. Desde la puerta escucho lloriquear casi en silencio.
Se sentó en su cama y
le habló.
- Perdóname si te
grité, Ernesto, pero son las dos de la madrugada, toda la gente está durmiendo,
no hay ningún negocio abierto, ¿no podés esperar hasta mañana?.
- Si papá – contestó el
chico entre mocos.
El padre metió la mano
en su bolsillo y sacó su billetera de extrajo un billete de cinco pesos. Lo
dejó en la mesita de luz y le dijo:
- Ahí tenés la plata
que me pediste.
El chico se enjuagó las
lágrimas con la sábana y saltó hasta su ropero, de allí sacó una lata y de la
lata unas monedas y unos pocos billetes. Agregó los cinco pesos al lado del
resto y contó con los dedos cuánto dinero tenía.
Después agarró la plata
entre las manos y la puso en la cama frente a su padre que lo miraba sonriendo.
- Ahora si – dijo
Ernesto – llego justo, nueve pesos con cincuenta centavos.
- Muy bien hijo, ¿y que
vas a hacer con esa plata?
- ¿Me vendés una hora
de tu tiempo, papi?.
Cuando alguien te quiere, sus acciones dejan ver claramente
cuánto le importas.
Jorge Bucay “El Camino
Del encuentro”
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